En la madrugada, un sentimiento de angustia lo obligó a levantarse, se sentó en la cama y vio el reloj que marcaba las 2:57 a.m., sintió coraje, es la cuarta noche que no puede dormir hasta llegar la mañana, prendió un cigarro y tomó la lata de cerveza que ya no estaba fría, le dio un trago y sintió un sabor amargo, muy amargo; terminó de beberla y aplastó la lata con coraje para volver a meterse entre las sábanas.
Mientras intentaba dormir, dejó a su mente divagar y comenzó a pensar los lugares en donde le gustaría estar, las personas a las que le gustaría ver y de pronto ella interrumpió sus pensamientos, sus viajes, sus canciones y su imagen ocupó todo el espacio de su recámara que levantaba recuerdos como edificios, encendió otro cigarro mientras veía sus ganas de dormir salir por la puerta, por la ventana, ocultarse en el clóset y prendió otro cigarro sin haber terminado el anterior.
Sonrió con angustia, quiso llamarla, verla, hasta deseó matarla… pensando que así dejaría de sentirse vacío, dejaría de sentir que descubrirse solo por la mañana al salir el sol, su tiempo libre y la hora de la cena eran los peores momentos del día por no verla ni tenerla a su lado y no quería llegar a ese momento en donde tendría que hacer de desayunar para uno, platicar con el cuadro falso de Van Gogh que ella colgó en el comedor; y al salir despedirse de la tortuga que mantiene en una enorme pecera llena de moho, cerrar la puerta y decir adiós sin que nadie le conteste.
Se sentía cansado, tan cansado como ella se sintió antes de irse. Desde hacía un tiempo que ya no se veía en el espejo, le horrorizaba la idea de combatir contra su propia imagen, contra sus demonios, malestares y sinsabores. Tenía miedo de no reconocerse, de odiarse a sí mismo.
Se debatió entre el sí y el no. Cogió el teléfono más de 40 veces, algunas de ellas hasta marco su número, pero siempre colgaba, reprochándose, sintiéndose un cobarde.
Ya no hay nada de que hablar… pensó.
De pronto, recordó que unos años antes le gustaba caminar, para pensar mientras observaba al mundo girar a su alrededor y enterrar sus sentimientos en el asfalto a cada paso firme que daba.
Tomó su abrigo sin pensarlo dos veces, se despidió de la tortuga y aunque no recibió ninguna respuesta cerró la puerta y se fue.
En el camino no pudo dejar de reproducir en su mente imágenes de ella y mientras caminaba olvidó su nombre, su boca, sus ojos que tanto amaba. Se detuvo repentinamente y sintió miedo, pensó en correr y decirle a alguien como se sentía, quiso pedir ayuda.
Y grito hacia sus adentros.
Mientras intentaba dormir, dejó a su mente divagar y comenzó a pensar los lugares en donde le gustaría estar, las personas a las que le gustaría ver y de pronto ella interrumpió sus pensamientos, sus viajes, sus canciones y su imagen ocupó todo el espacio de su recámara que levantaba recuerdos como edificios, encendió otro cigarro mientras veía sus ganas de dormir salir por la puerta, por la ventana, ocultarse en el clóset y prendió otro cigarro sin haber terminado el anterior.
Sonrió con angustia, quiso llamarla, verla, hasta deseó matarla… pensando que así dejaría de sentirse vacío, dejaría de sentir que descubrirse solo por la mañana al salir el sol, su tiempo libre y la hora de la cena eran los peores momentos del día por no verla ni tenerla a su lado y no quería llegar a ese momento en donde tendría que hacer de desayunar para uno, platicar con el cuadro falso de Van Gogh que ella colgó en el comedor; y al salir despedirse de la tortuga que mantiene en una enorme pecera llena de moho, cerrar la puerta y decir adiós sin que nadie le conteste.
Se sentía cansado, tan cansado como ella se sintió antes de irse. Desde hacía un tiempo que ya no se veía en el espejo, le horrorizaba la idea de combatir contra su propia imagen, contra sus demonios, malestares y sinsabores. Tenía miedo de no reconocerse, de odiarse a sí mismo.
Se debatió entre el sí y el no. Cogió el teléfono más de 40 veces, algunas de ellas hasta marco su número, pero siempre colgaba, reprochándose, sintiéndose un cobarde.
Ya no hay nada de que hablar… pensó.
De pronto, recordó que unos años antes le gustaba caminar, para pensar mientras observaba al mundo girar a su alrededor y enterrar sus sentimientos en el asfalto a cada paso firme que daba.
Tomó su abrigo sin pensarlo dos veces, se despidió de la tortuga y aunque no recibió ninguna respuesta cerró la puerta y se fue.
En el camino no pudo dejar de reproducir en su mente imágenes de ella y mientras caminaba olvidó su nombre, su boca, sus ojos que tanto amaba. Se detuvo repentinamente y sintió miedo, pensó en correr y decirle a alguien como se sentía, quiso pedir ayuda.
Y grito hacia sus adentros.
Sin darse cuenta comenzó a conversar con ella, a contarle de sus cosas, del montón de cosas pendientes que dejó por hacer y que tuvo que hacer él. Pero sobretodo, le habló del miedo que tenía de olvidarla, del odio que sentía por dejarla ir… de lo arrepentido que se encontraba por no haberse dado cuenta de que no fue necesario comportarse de esa forma.
Suspiró un perdón en silencio… por haberla enjaulado, por lastimarla aquella noche en que todo se salió de control.
Envuelto en un camino sin rumbo, se descubrió agotado, sediento, vuelto un loco. Saludó a una banqueta y le pidió permiso para sentarse a observar el amanecer.
Sintió una enorme paz, interrumpida por esas ansias que lo perseguían desde cuatro noches atrás.
Tomó el camino de regresó, cerro las puertas y los candados por temor a escapar de sí mismo, tomó un marcador y comenzó a escribir.
Cuando despertó observó cada pared del departamento y extrañado comenzó a leer:
Ya no estoy. Ya no soy. Las cicatrices revelan que el pasado es real, que son lo que fui y que ya no seré lo que soy…
Ya no estoy. Ya no soy. Las cicatrices revelan que el pasado es real, que son lo que fui y que ya no seré lo que soy… no fue mi intención
Ya no estoy. Ya no soy. Las cicatrices revelan que el pasado es real, que son lo que fui y que ya no seré lo que soy… no fue mi intención
Ya no estoy. Ya no soy. Las cicatrices revelan que el pasado es real, que son lo que fui y que ya no seré lo que soy… no fue mi intención
Ya no estoy. Ya no soy. Las cicatrices revelan que el pasado es real, que son lo que fui y que ya no seré lo que soy… no fue mi intención
Dio la vuelta sobre sí y con un gesto de espanto y curiosidad pensó: este no es mi departamento… este no es mi departamento…
Caminó algunos pasos y la encontró tendida detrás del sillón, envuelta en un velo de sangre, hermosa, deslumbrante. Miró con ternura su boca y esos ojos inmóviles que tanto amaba… y fue entonces cuando en medio del abismo, pudo recordar su nombre...